jueves, 16 de junio de 2011
LA MIRADA... EL REFLEJO DEL ALMA.
Cuando analizamos el poder "penetrante'' de la mirada del otro nos basamos en nuestra propia capacidad de deducción, de imaginación -desde la simple imaginación erótica descarada de ver al otro más ligero de ropa de lo que esta o prestándose a acciones con docilidad complaciente- hasta suponer rasgos de personalidad o estados que tendrían como prueba cada arruga, ceño o pose de la persona observada. Unos nos parecen personas amargadas, otras preocupadas, otras risueñas. ¿Cómo vemos al otro? ¿Teniendo un lugar en el mundo, un papel que hacer, una misión y utilidad? Este es ciertamente la visión que tiene un niño sobre el conjunto de los adultos, como la clase de personas que vale, que tiene poder y dignidad. Son los demás idealizados, porque efectivamente, tenemos de ellos más ideas y prejuicios que experiencias, y nuestras suposiciones son teorías, ya que estamos basándonos en similitudes, recuerdos que damos por sentamos que son equivalentes. No es que nos equivoquemos como en las novelas con "sorpresa'' en las que el que parece malvado es en realidad el que tiene buen corazón o que el aparentemente simpático es una especie de personaje manipulador. Es nuestra habilidad fisonómica la que nos permite leer en la cara, en los gestos y en los trozos de actos que fichamos al mirar.
También utilizamos la mirada como una señal de sincronía, de acuerdo armónico, procurando creer que no sólo la mirada atraviesa el alma de nuestro prójimo sino que por el agujero se van todos los efluvios que podrían manchar un momento de satisfacción, amor o embeleso.
La mirada, puestos a abusar de su magia, también podríamos especular que es capaz de hacer mal, de provocar mala suerte, como si es forma malévola de posar la vista contagiara con mal de ojo al mirado, que se vería así arrastrado a las peores desgracias sin tener nosotros que provocar trabajosamente su caía.
Dice el Sabio que a menudo se conoce por los ojos lo que uno lleva en el fondo del alma, su bondad o su mala disposición, y si bien no es enteramente seguro, sí suele ser una señal bastante corriente. Por esto, uno de los primeros cuidados que hay que tener en cuanto a lo exterior, es el de componer los ojos y regular el modo de mirar.
La persona que quiere hacer profesión de humildad y modestia y tener un exterior formal y sereno, tiene que conseguir que sus ojos sean dulces, pacíficos y comedidos.
Aquellos a quienes la naturaleza les ha negado esta ventaja y no gozan, por tanto, de dicho atractivo, deben esforzarse por corregir tal carencia mediante cierta compostura risueña y modesta, cuidando que sus ojos no resulten más desagradables [aún] por su negligencia.
Los hay con ojos terribles, que revelan un hombre encolerizado o violento; otros los tienen excesivamente abiertos y miran con osadía: es señal de espíritus insolentes, que no respetan a nadie.
Hay otros que miran al suelo fijamente, y a veces incluso alternativamente, a los lados como quien busca algo que acaba de perder: son espíritus inquietos y desconcertados, que no saben qué hacer para salir de su desazón.
Se puede adoptar respecto a los ojos la norma de tenerlos medianamente abiertos, a la altura del cuerpo, de modo que se pueda percibir distinta y fácilmente a todas las personas con las que se está. No se debe fijar la vista sobre nadie, particularmente sobre las personas de sexo diferente o que sean superiores; y, al mirar a una persona, deberá ser de modo natural, dulce y honesto, tal que la mirada no delate ninguna pasión ni afecto desordenado.
Es muy descortés mirar por encima del hombro, volviendo la cabeza: hacerlo es despreciar a las personas presentes. Dígase lo mismo de mirar por detrás o por encima de la espalda de otra persona que lee o tiene alguna cosa, para enterarse de lo que lee o tiene.
Ser explorados por la mirada es una experiencia que nos puede llegar a inquietar y llenar de desasosiego cuando no nos consideramos anónimos objetos del paisaje, intercambiables con cualquier otro objeto que se expusiera a la mirada del observador, sin más detenimiento e interés que el del puro pasear indiferente la vista de un lado a otro que tanto da que seamos nosotros como cualquier otro objeto. Lo contrario de estas condiciones de anonimato o de estar expuestos sin mayor peligro es la mirara escrutadora, la que se fija por más tiempo y dedicación a nosotros, averiguando qué somos, qué pretendemos ser o que nos gustaría ser.
HAY MIRADAS QUE LLEGAN A LO MÁS PROFUNDO DE NUESTRO SER Y ESAS SON LAS QUE TE LLENAN Y JAMÁS SE OLVIDAN.
Esto va dedicado a una persona en especial... TE QUIERO: Tu mirada es lo más fascinante que mis ojos han podido ver, ya que en ella se esconden los más puros y verdaderos sentimientos de un ser humano.
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Verdaderamente asombroso este artículo, pues es capaz de delatar a cualquiera que se sienta en situaciones especiales y casi indescriptibles, ha sido nutrido con un gran abanico de posibilidades a nuestro alcance para con nuestra mirada, un verdadero resumen apretado de datos, sugerencias, inquietudes y complicidad.
ResponderEliminarQué gran suerte para la persona a la que se le dedica algo así, el poder recibir semejante entrega de miradas con mensaje, pues en cada una de ellas, se puede escuchar una música diferente.
"HAY MIRADAS QUE MIRAN PERO NO VEN NADA, HAY MIRADAS QUE VEN SIN BUSCAR NADA Y HAY PERSONAS...QUE SE ENCUENTRAN CON LA MIRADA".
UN SALUDO PARA ESTE BLOG Y SU CONTENIDO.
Anónimo, gracis por tus palabras, pues seguidores como tú son los que alientan a seguir adelante... y no solo con el blog.
ResponderEliminarLa suerte la tengo yo, por conocer y estar con esa persona a la que va dirigida la dedicatoria, y te puedo decir que su mirada es una de las cosas más valiosas que tiene, solo sentirla me hace vibrar.
Una bonita frase cargada de verdad...
Gracias por participar con tu comentario y te mando otro saludo de este blog y su contenido.
Besicos.